jueves, 11 de marzo de 2010

34. El Día del Padre. Número Especial


¿Cuándo y por qué surge el Día del Padre?, ¿En qué países se celebra?, ¿Cuándo comenzó a recordarse en España?

Como en los cuentos para niños: Había una vez una señora cuyo nombre era Sonora Smart Dodd que vivía en los EE.UU. En una ocasión, mientras estaba en la iglesia efectuándose una misa en recordatorio de las madres, que hacia menos de dos años había comenzado a celebrarse, pensó que debía recordar también la vida de su padre en particular y de los padres en general, mediante algún acto parecido, en un día especial para ellos.

El padre, Henry Jackson Smart, había sido combatiente de la Guerra Civil estadounidense, casado con cinco hijos pequeños. Su esposa falleció en el parto del sexto. Este hombre se convirtió en la madre de los pequeños, a los que crió, educó, formando una familia unida. Es fácil imaginar las dificultades que debió afrontar y superar el señor Jackson por lo que no es de extrañar esta idea de su hija. Eso fue allá por el año 1910, realizándose la primera celebración pública en la ciudad de Washington el 19 de junio de 1910, extendiéndose poco a poco al resto de la Nación. Fue reconocido oficialmente en 1924 y proclamado día festivo en 1966 por el Presidente Lyndon B. Johnson, estableciendo su recordación el tercer domingo de junio de cada año.

Hoy, se recuerda a los padres especialmente en esa fecha en 54 países; el 19 de marzo,- San José, padre putativo de nuestro Señor-, en España, Italia, Liechtenstein, Portugal Holanda y Honduras; Brasil en el segundo domingo de agosto; República Dominicana último domingo de julio. Aunque la mayoría se concentra en el tercer domingo de junio, existen otras fechas en diferentes países.

Con lo anterior, respondemos las dos primeras preguntas, pero la tercera, ¿Cuándo comenzó a celebrarse en España?, no hemos encontrado la información en parte alguna, aun con la valiosa ayuda de Google, Wikipedia, e infinidad de páginas web,- más de doscientas he consultado infructuosamente, por lo que pido al amable lector que lo sepa, me envié el dato. Supongo que sea a partir de la década del sesenta del siglo pasado.

Cierto que tanto el Día del Padre como el de la Madre, se ha convertido en una manifestación más de consumismo desenfrenado, de ventas y atracción de clientes, como lo prueban las miles de paginas web que incitan a ello. Pero cada cual puede y debe recordar a sus mayores, con sus virtudes y defectos, todos los días y dedicar uno especialmente a demostrar que no están olvidados, que continúan siendo los que nos dieron la vida y su ejemplo, en ocasiones no el mejor, pero a ellos lo debemos todo.

Dicho lo anterior, les traigo la narración de la vida de un hombre que fue padre, padeció mucho de niño, dedicando su vida a la lucha por un mundo mejor para los trabajadores.

El trajecito azul

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El hombre, lo que quedaba de él, quería morirse pero el cuerpo deseaba seguir viviendo.

¡Que cuerpo más bruto!, pensaba el hombre. Sí, lo único que le quedaba era pensar. Aquel cuerpo formidable no quería rendirse, dejarlo descansar.

Aunque ya no controlaba sus fluidos, como pudorosamente decía el doctor, todavía funcionaba. Corazón de hierro, hígado de bronce, riñones de oro, pulmones de acero. Calcio para dar a quien le faltara.

Durante más de ochenta años había fumado sin parar y aquellos pulmones seguían oxigenando su sangre, la que ya no quería. Verdad que con un enfisema[1] que lo ahogaba y hacia escupir continuamente, pero funcionaban.

Durante treinta o cuarenta había tomado ron, aguardiente, Pedro Domeq,- cuando podía-, pasando por la bebida de los obreros, la de 25 céntimos de Pati Cruzao, - aquel que en la etiqueta de la botella mostraba, abrazados dos marinos borrachos con los pies cruzados -, que, dicen, era aguardiente de tercera de las bodegas Bacardí.

Bebió durante años sin límite, por fiestero y mujeriego, Bachata[2] le decían, por el placer de divertirse con los compañeros siempre y en ocasiones con las rumberas, en competencias entre los más resistentes tomadores de ron, en toques de santo[3] y bembé[4], él, que no creía ni en el Espíritu Santo. Aquellos riñones lo aguantaron todo, al igual que su hígado; trabajaban sin una piedra, sin un cálculo, sin infecciones: pensó donarlos para algún joven que los necesitará. Le habían servido bien, pero ya no los quería.

Su corazón todavía mantenía la tensión: 80 de mínima y 135 de máxima. ¡Era el de un muchacho! Aquel corazón que se paralizó de miedo cuando lo detuvo la guardia rural[5] por organizar los sindicatos de los trabajadores azucareros y lo comenzaron a colgar de una alta y frondosa guásima[6] o cuando tuvo que matar para proteger a los compañeros en huelga o al delator de los planes de su célula conspirativa o cuando se paraba sobre los cajones de bacalao[7], tribunas de obreros en lucha, para arengar y orientar las acciones a realizar o...

Sí, aquel corazón lo había acompañado muchos años, casi todos malos, unos pocos regulares. Los buenos vinieron de viejo, con sesenta sobre las costillas y la tercera o cuarta compañera permanente.

Duraron poco, es verdad, porque a ella se la llevó el cáncer de manera cruel: primero, fue una bolita en un dedo del pie, después cortaron los dedos, más tarde el tobillo. Siguieron cortando pierna y muslo y el cabrón seguía pa arriba: hasta los pulmones. Dos años de agonía, sin remedio. Todas las noches a su lado, sin hermanos ni hijos, porque siempre había sido un solitario.

Su corazón no se quebró entonces, que más hubiera valido que hubiera sido así, pues veinte años inútiles le habría ahorrado.

¡Mentira! ¿Por qué engañarse ahora, que estaba a solas con su conciencia? No había querido morir entonces, como ahora si quería. Como se consideraba un hombre práctico, con la muerta de cuerpo presente, se buscó otra compañera, el mayor de todos los errores de su vida, ahora lo sabía, demasiado tarde y muerta ella también.

En aquellos dos años había conocido la muerte de cerca, demasiado de cerca. La más terrible de todas, lenta, dolorosa, estúpida, sin salvación e inútil. Todo lo había visto en aquellas salas: niños muy pequeñitos sentenciados, hombres y mujeres en la plenitud de su vida truncada, que no entendían cómo les había pasado esto a ellos. Ancianos, unos luchando todavía con todas sus fuerzas por seguir viviendo, otros esperando, entre resignados e inconscientes, la muerte.

Sí, entonces había sentido un miedo diferente a todos los anteriores. Miedo a que esa muerte miserable le tocase también.

Aquel cuerpo le había servido bien, justo es reconocerlo. Demasiado bien. Ahora quería dejarlo y él se negaba. ¿Por qué había vivido tantos años mientras la muerte pun­teaba a su lado sin llamarlo nunca? No lo comprendía.

Cuando nació, allá por el 8, fue con una deficiencia genética. Eso lo aprendió seis décadas después. No podía asimilar la leche,- como muchos de origen africano-, porque en su organismo faltaba la enzima que convertía la lactosa en alimento. La leche, de todos los tipos, era un purgante que le arrancaba la vida con cada vaso.

Casi muerto y sin que los médicos encontraran la causa, su pobre madre, hija de esclava y sin más sabiduría que la del pueblo, decidió ir probando los alimentos hasta encontrar aquel que le hacía daño. Encontrado el santo, fue fácil hallar el remedio: tisanas y jarabes, agua de cáscara de arroz, puré de bananos hervidos, malangas[8] y frutas la sustituyeron.

Cuando de hombre, una de las muchas veces que estuvo preso en el castillo de El Príncipe[9] por organizar huelgas y protestas contra la patronal y el tirano de turno, probó por vez primera el arroz con leche, se harto con él y las consecuencias fueron que casi muere deshidratado. Nunca más lo comió. Esa deficiencia la transmitió a los hijos varo­nes y es el único reproche que podía hacer a su cuerpo.

Después vino el hambre. A los siete años murió el padre. Había venido a luchar contra el mambí y se quedó en la Isla. Unióse con la negra buena y con ella tuvo varón y hembra antes de morir, además de una modesta tintorería. La familia quedó en la miseria al apoderarse los hermanos del difunto del pequeño negocio. Ella, a lavar para la calle y limpiar en casa de blancos.

Ellos, a la escuela elemental mientras pudieron, después a luchar por la vida. Vender periódicos, limpiar zapatos, hacer mandados, limpiar casas cuando tuvo edad. También cuando la tuvo, monaguillo en la iglesia de Jesús del Monte y, como una cosa conduce a la otra, mozo recadero en los prostíbulos, con pagos en especie y alguna que otra vez en dinero. Allí también tenía un lugar donde comer y dormir.

La buena madre término con su bienestar: “pobres, pero honraos". De chulo nada bueno iba a ser en la vida. Poco duró su enseñanza, pues murió dejándolos solos, allá por el 22; sí, fue más o menos por el 22.

Su primer trabajo serio fue ayudante de proyeccionista de películas en el cine Tosca[10]. El operador era un aragonés, anarquista o libertario, según lo quieran llamar. Como buen anarquista era autodidacta, instruido, culto, humano y humanista. Se dedicó a enseñar y educar al mulatico, a prepararlo para que enfrentara la vida y la lucha contra el Estado opresor.

“La Conquista del Pan” del gran geógrafo y anarquista, el príncipe ruso Pedro Alexis Kropotkin fue de sus primeras lecturas. José Ingenieros y su “Simulación en la lucha por la Vida” y “el Hombre Mediocre”, elementos básicos de su formación cultural. Ba­kunin,- con su negación de toda autoridad sobre el Hombre -, el materialismo de Feuerbach y el anarquismo de Proudhon completaron su instrucción antes de llegar al marxismo y comenzar con “El ABC del Comunismo” de Nicolás Bujarin. George Sorel le dio la base teórica sindicalista y de acción con su tesis de la violencia necesaria para la liberación de la clase obrera.

Aquellos si fueron buenos años. A los diez y seis era un conspirador experimentado. A los diez y ocho renunció al anarquismo, convencido que su reino no era de este mundo. Pasó al anarcosindicalismo[11] y de ahí, como casi todos, al comunismo marxista.

Con 20 años era un agitador profesional y organizador de sindicatos. Del transporte, del azúcar, de los textiles que entonces se llamaban de la aguja, de todos aquellos donde lo enviara el Partido y reclamaran los trabajadores.

Una vez estuvo diez y nueve días sin bañarse, por camisa el pulóver, con el hueco del disparo a un compañero asesinado en Nueva York, comiendo cuando podía, escondido de la Guardia Rural, la que ahorcó a más de uno por parecerse al “mulato flaco del pu­lóve”. Al final, regresó con la misión cumplida y organizados sindicatos de los azucareros en todos los ingenios (fábricas) de azúcar.

El éxito fue el comienzo del conocimiento de la diferencia entre la teoría y la práctica política, la diferencia entre el ideal y lo real. Demostrada su habilidad, valentía y capacidad organizadora, lo propusieron para ir a las escuelas de dirigentes en la Unión Soviética. Con 22 años, mulato y sus valores demostrados, era la promesa segura de un dirigente obrero internacional. Claro que la promoción tenía un precio, tal vez no demasiado elevado, había cosas de las que no se podía hablar allá. No eran muchas ni muy graves, es verdad, pero no le gusto el ocultamiento, la falta de honestidad entre compañeros, no fue práctico y no quiso ir.

Además, los que habían vuelto de allá, entre susurros y sólo a los más íntimos, narraban cosas muy extrañas: represiones contra miembros del partido, hambre generalizada, espionaje constante entre compañeros de lucha, falta de discusión y decisiones colegiadas, base del “centralismo democrático” que debía regir la vida partidista. Además, de bromas y “cubaneo"[12] nada de nada. Recordaba, con media sonrisa, como dos buenos compañeros fueron expulsados deshonrosamente por una broma cubana en el comedor colectivo.


Allá, como más tarde en el campo socialista y posteriormente en Cuba con José Martí, existía el llamado “Rincón de Lenin” donde estaba su busto, flores y la bandera. Uno de los expulsados preguntó,- a grito pelado y en medio de aquel comedor lleno de humo y de “duros cuadros profesionales conspirativos”-, dónde se encontraba el Rincón de Lenin. El otro, burlón por naturaleza, sin pensarlo dos veces, respondió: “en la papaya[13] de la Krúpskaia[14]” ¡Allí mismo fueron expulsados y salieron bien librados!

Lo dejaron de “cuadro profesional", como se decía entonces. El Partido asumía sus modestos gastos y cuidado. Debería buscar obreros con condiciones de dirigentes sindicales; organizar huelgas, preparar sindicatos. Mantener el enlace con la Internacional Comunista.

Fueron años de lucha y satisfacción. Por una causa justa y desinteresada. Los riesgos, las prisiones, el hambre, la muerte, no eran un precio demasiado elevado.

Lo malo vino cuando se equivocaron, cuando ellos,- el Partido y sus dirigentes -, en la lucha contra el tirano, entendieron que la huelga del transporte[15] debía responder a demandas económicas y ordenaron el retorno al trabajo. Los obreros no lo aceptaron y la huelga económica se transformó en política y general hasta la caída del Señor Presidente. ¡Caro pagaron su error de apreciación!

Peor fue después, cuando a un tirano sucedió otro, el sargento jefe del ejército, y ellos no comprendieron que las condiciones nacionales e internacionales habían cambiado y siguieron con los mismos métodos de lucha y presión social: por ello fracasó la Huelga General de marzo del 35.

El hombre la recordaba bien: habían tenido que esconderse todos, perseguidos por las turbas que gritaban: “Ese es comunista... a cogerlo...” Las mismas turbas que habían aplaudido al tirano anterior y después, a su caída, masacrado a sus seguidores y robado cuanto pudieron apoderarse.

Su hijo había nacido en febrero y la madre, con el bebe en brazos, tuvo que abandonar la casa que les había dado el Partido y huir ella también. Fue una amarga lección de cómo las masas cambian de parecer según sople el viento, según se sirva a sus intereses, lo cual, bien mirado, no es reprochable. No la olvidaría nunca.

El hombre sonrió al recordar a la mujer y a su primer hijo. Estaban acostados en un camastro, leyendo, Kazan, perro lobo. Ella, caballo grande, ande o no ande, como le gustaban, intelectual, estudiante de escultura, poetisa, feminista y femenina, organizadora de las mujeres en la lucha por sus derechos, 20 años. Él, autodidacta, luchador reconocido y apreciado por su valor y capacidad, 22. El jergón era estrecho y la gasolina no debe estar cerca del fuego. Así comenzó la cosa. Como era lógico, pidieron permiso al Partido para estar juntos; fue el primer paso. Cuando ella quedo embarazada, lo pidieron para tener el hijo. El médico del Partido dijo que estaba muy débil y desnutrida para tener un niño, que su vida peligraba, pero ella se mantuvo firme: había roto con su país,- pues era norteamericana -, familia patricia, su pasado y su futuro por aquella unión y aquel hijo. Prefería arriesgarlo todo en la esperanza de sobrevivir. Lo logró pero, viviendo a salto de mata, sin ingresos ni ayuda, no tardo en tuberculizarse.

Había sido una buena compañera, tal vez no la mejor, pero se comprendían. Como ambos defendían el ideal del amor libre, sin ataduras burguesas, habían vivido 23 años juntos sin más exigencia que el mutuo amor, en una sociedad racista, machista, conservadora y puritana bajo el barniz de la indiferencia. Bueno, 23 juntos no, porque eran demasiado independientes, pero lo cierto es que dos años después de “firmar los papeles” se habían separado para siempre.

Una vez más se dijo que el tener ideales es poco práctico. Cuando el sargento pasó a Presidente, cuando se dijo por la dirección del Partido que tenía “pasos progresistas” y la Internacional ordenó detener la lucha social a cambio de lograr el reconocimiento diplomático de Rusia por los EE.UU. y la guerra imperialista fue transformada en la salvación de la Madre Patria Rusia y ahora sí podían ir cubanos a ella, se separaron del Partido y del apoyo y ayuda que les prestaba. Él, agitador obrero profesional, tuvo muchas dificultades para encontrar un trabajo más o menos estable. Ella, intelectual de izquierda, feminista reconocida, las pasó verdes y moradas para hallar un sitio bajo el sol. Se hizo traductora de cuentos y novelas en inglés y de cuanto le diera aunque fuera un modestísimo ingreso.

Sí, pensaba ahora el hombre, había sido poco práctico. Había desperdiciado además, la oportunidad de su vida, de su familia, de ser rico, sin hacer daño. Su hermana se había unido a un modesto chofer del ejército constitucional. Por azares del destino, resultó ser el hombre de confianza, primero del sargento que dio el golpe de estado el 4 de septiembre, después devenido Presidente de la República en 1940.

Con los hombres del Partido en el Ministerio del Trabajo y la Central de Trabajadores, todos amigos suyos e incluso captados por él cuando eran simples obreros, con sus condiciones de dirigente obrero, hubiera logrado cualquier sinecura que se hubiera propuesto.

Durante sesenta años, al pensar en aquella oportunidad perdida, sentía una incomodidad interna que lo inquietaba siempre. ¿Había actuado bien? El precio fue muy alto: murió uno de sus hijos mellizos. Dos varones y la hembra sobreviviente fueron para centros de niños con padres tuberculosos; su compañera ingresada con un pulmón deshecho, fue de las primeras a las que en Cuba se realizó el neumotórax[16]. ¿Qué habría sido de sus vidas si se hubiera dejado pasar la mano e hincar un poco los dientes en el jamón del dinero del estado? ¿Tenía derecho a renunciar a esa oportunidad? A veces lo dudaba. Otros, muchos otros, lo hicieron y él no era mejor que ellos: vivieron tranquilos y disfrutaron del poder y sus riquezas, la frente alta, mirando derecho y la voz fuerte.

Debía reconocer que no había sido práctico. Siguió con su sindicato y las luchas obreras, en ello puso el sentido de su vida.

Ahora que tenía tiempo, acostado o sentado todo el día y toda la noche, con un condón a modo de guante en su pene y con una manguera para recoger el orine que ya su vejiga no retenía, pensaba que su vida había tenido tres tiempos: uno, la de conspirador hasta los años 40; otro de dirigente obrero hasta los 55 y una hasta el 64. Después, había sido sólo el lento desgaste de su cuerpo y de su mente. Sí, más o menos coincidían con su edad física.

Cuando llegaron los barbudos los miró escéptico. Había vivido y visto demasiado. Perro viejo no aprende trucos nuevos. Ayudó, si, con lo que sabía hacer: organizar y educar a los obreros. Creó la escuela de superación con 400 alumnos-trabajadores. Mecánica, tornería, reparación de estructuras automotrices. Todos lo querían, Bachata, le decían los compañeros por su espíritu alegre, compartidor, limpio y directo. Todavía estaba fuerte: solo, de espaldas a la defensa de un ómnibus, era capaz de moverlo.

Querían que ingresará en el nuevo partido: no, ese era un error que no iba a repetir. Además, su sentido económico y político, su visión clasista de la sociedad, su formación materialista y económica, no conjugaba con las nuevas ideas, con los nuevos-antiguos errores. Poco después apareció el inevitable oportunismo político, disfrazado de extremismo. Aquel que había conocido a la caída del tirano en los años 30.

Los compañeros de viaje[17] se acercaban al jamón, ahora que no había peligro. Los intelectuales desplazaron de la dirección a los dirigentes obreros. Pronto entró la politiquería: de Partido Comunista a Unión Socialista o algo así, de ahí a Partido Socialista Popular. El represor de la Huelga de Marzo, con la muerte de dirigentes obreros, militantes propios y del ABC[18] pasó a ser aliado y apoyado a la presidencia de la República.

Recordaba claramente como su compañera se indigno cuando, la esposa de uno de los dirigentes que él había captado y ahora lo era de la central obrera, ostentaba las primeras medias de nylon que llegaron a Cuba, o el rechazo de ambos a los “intercambios” y laxitud de las relaciones sexuales entre los miembros del Partido, algo sacrílego para ellos que habían pedido permiso para unirse y tener hijos, o el oportunismo, arribismo y nepotismo[19], de los Escalona y compañía; el lucro, las sinecuras[20]. Él y su compañera se apartaron del Partido, aunque mantuvieran para sí, como línea de conducta en la vida, sus convicciones ideológicas.

Aun recordaba con amargura como los troskistas[21] los habían denunciado, lo que costo la vida a más de un compañero. Igualmente tenía presente la advertencia de la Internacional Comunista sobre el Bizco Ordoquí,- y la orden de que le mantuvieran al margen de las cosas importantes por posible agente del enemigo. Caro pagaron los barbudos no tener esta información, pues el Bizco protegió a un delator y traidor, que había denunciado a los revolucionarios muertos en Humboldt 7[22].

Ahora, como hacia 30 años, los oportunistas quitaban a todo el que les estorbará: era un enemigo de clase. ¡Cojones! ¡Decirle eso a ÉL! Se fue pal carajo, pa su casa, con su negra buena.

Cuando ella murió tenía 75 años. Pensó hacer igual que el mulato cubano-francés Pablo Lafargue[23] y su esposa Laura, hija de Carlos Marx, que decidieron y lo hicieron que, cuando sintieran llegar la inevitable decadencia de los años, se suicidarían. Querían evitar lo que le ocurría ahora: la lenta agonía, la pérdida gradual de facultades, el sentirse inútiles para sí y carga para los demás. Sus vidas habían sido plenas y cumplidas, no tenía sentido seguir existiendo.

Lo habían hablado a veces su primera compañera y él. Tenían, como pareja, muchas coincidencias con Pablo y Laura. Con Pablo, él, por mestizo, luchador de barricadas, hombre de acción más que de teoría, organizador natural. Con Laura, ella, por culta, educada, brillante intelectual, dulce, firme e intransigente con los principios, dedicada a la lucha por los derechos y la igualdad de la mujer.

Cuando los mellizos nacieron el 26 de septiembre, igual que Laura Marx, fue inevitable que los nombraran Pablo y Laura, aunque el pequeño poco vivió.

Una cosa lleva a la otra, y el vivo-muerto pensó en los hijos y lo extraños que eran: no basta hacerlos, hay que educarlos y él no pudo o no supo o no quiso. Si, sus tres primeros fueron a parar hogares infantiles, donde los veía una o dos veces al mes. Pasó el tiempo en que se forman los afectos familiares y crecieron sin padres. Después eso no se recupera.

Él, que no tuvo hogar, no sabía cómo atraerlos, cómo tener su confianza y afecto. Lo veían aparecer y desaparecer sin dar importancia al hecho y eso le dolía pero no sabía la manera de ganarlos o tal vez, como era un hombre práctico, no otorgaba mucha importancia al cariño. Para colmo, los dos varones eran copia de la familia de su compañera, físicamente, en poco se parecían a él.

Un día llego a su trabajo un mulato de veinte y tantos, alto, bien plantado, preguntando por él. Cuando lo encontró, a quemarropa, le soltó: “Yo soy su hijo.” ¡Coño! Por poco se cae de culo. No hacia falta que lo dijera, pues era su retrato vivo.

Sí, tenía hijos porque eran suyos, pero no existía el cariño paternal y fraterno. Él y ellos lo sabían. Respeto sí, admiración tal vez, amistad, es posible. Se portaban bien con él, ahora que no podía ni bañarse: lo cuidaban, vestían y atendían. Lamentaba el tiempo perdido, pero eso ya no tenía remedio.

Sí, Pablo y Laura Lafargue tenían razón. Como dice la Biblia, recordando su época de monaguillo: “Hay un tiempo de acercar las piedras y un tiempo de alejar las piedras”, un momento donde la muerte no es un error, como reconociera Lenin, pero él amaba mucho la vida entonces. Su cuerpo estaba entero, casi como ahora, trabajaba la carpintería en la casa, leía mucho, oía las emisoras internacionales, era respetado y escuchado por jóvenes y no tan jóvenes. No tenía mucho sentido poner fin a su existencia.

El problema comenzó a los 90 años. Primero un ojo, el nervio óptico, después a leer con lupa. Más tarde ni eso. Quien durante 80 años no había dejado un día de leer, desde la primera página hasta la última de los periódicos, por costumbre conspirativa, ahora no podía hacerlo. Pero todavía podía oír la radio, hasta que se rompió su radio grande y con el moderno y pequeño que le regaló el hijo no se entendía: no encontraba las bandas ni sus emisoras... El mundo se cerró para su mente.

Ahora no quería seguir viviendo. ¿Para qué? Pero aquel cuerpo se negaba a rendirse. ¿Sería terco el cuerpo? Ya estaba cansado y quería que lo dejara dormir para siempre.

Ahora que tenía tiempo, demasiado tiempo, a ratos se preguntaba el sentido de su vida, sí había valido la pena vivir tantos años.

Todo lo había visto: desde el surgimiento del Estado de los trabajadores, hasta su caída, porque no lo era. Desde aquel primer neosalvarsán contra la sífilis, pasando por la sulfa, hasta los nuevos medicamentos con que le estaban tratando. La radio de galena, con la piedrecilla, el alambrito para encontrar las emisoras y unos auriculares para oírlas. Ahora recordaba haber comprado una a su hijo mayor, iniciándolo en la electrónica. La maravillosa tecnología de la televisión, aunque su contenido fuera una mierda que no resistía; el cine de tercera dimensión, el hombre en la Luna. Desde los coches tirados por caballos hasta los aviones supersónicos. Si, todo eso era bueno pero no era por lo que había luchado, sacrificado su vida y la de su familia.

Tenía dudas si había valido la pena tanto sacrificio estéril. ¡Mentira! El sacrificio no había sido estéril, esto era una pendajada de viejo cobarde y él lo había sido pocas veces. Sí. Había valido la pena vivir la vida.

Recordaba las jornadas de trabajo de 12-14 horas diarias. Ahora eran de 44, 35 e incluso de 30 semanales. Recordaba que los obreros no tenían derechos de asociación, de huelga, de representación. Ahora si. Las mujeres, las más jodidas, tenían que ocultar sus matrimonios para que no las echaran del trabajo y eso había ocurrido el otro día, hasta el 40. Los salarios eran menores para ellas, no tenían atención ni hospital materno, tenían que acostarse con los jefes o no trabajaban. Eso se había acabado, bueno, casi acabado.

Recordaba la Ley del 50 por ciento que daba la mitad de las plazas a los cubanos, a la que ellos, el Partido, se había opuesto, por consideraciones ideológicas, al estimar que todos los obreros eran hermanos, desconociendo que los cubanos no tenían derecho al trabajo en su Patria, que los sobrines de los gallegos eran quienes ocupaban los mejores puestos y servían de rompe huelgas. Si, aquello también se había terminado.

Las cajas de retiro para los trabajadores ancianos o enfermos, verdad que era una miseria lo que recibían y que los políticos robaban mucho, pero era un avance y una conquista.

Había visto a los barbudos y su obra. Verdad que creía que no habían construido para el futuro, pero también habían hecho muchas cosas que no tendrían marcha atrás: no habría más desalojos campesinos, la educación seguiría siendo universal, la discriminación racial se termino, la educación de todo el pueblo era un avance enorme.

Sí, en el tiempo que había vivido, mucho había cambiado el mundo y para bien, con eventuales retrocesos, como era la historia humana, pero avanzando, como diría Lenin, “dos pasos adelante, uno hacia atrás". Había valido la pena vivir y luchar.

Ahora estaba cansado, muy cansado. No quería ni un médico más, ni un pinchazo más. ¡Que se jodiera el cuerpo de mierda! Ahora sólo quería que la hija sacará su trajecito azul, aquel que había guardado durante años en su baúl de viejo, con sus papeles de viejo, con sus recuerdos de viejo, lo repasará y planchará, que le pusiera su dentadura postiza, aquella que le había quitado por miedo que se ahogará con ella, lo peinara y afeitará, con camisa blanca y la corbata bonita que le había regalado el hijo hacia años, y bien vestido, arreglado, lo pusieran en su caja, que los amigos y los vecinos dijeran: “!Quién diría que tiene 97 años! Este es un viejo bien plantao, ¡que bien le queda el trajecito azul!” Ahora sería, al fin, también él, un poco el Infinito.

(A la memoria querida de mi padre; aquel que decía: “hay que ser práctico en la vida”, muriendo y viviendo como un romántico. Romel Hijarrubia Zell.)


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[1] Enfisema: inflamación pulmonar.

[2] Bachata: fiesta, jolgorio. Por extensión, al fiestero.

[3] Toque de santo: fiesta en honor de dioses sincréticos africano-católicos en la cual es invocada su presencia mediante la “posesión” de alguno de los presentes, mediante cuya voz se expresa.

[4] Bembé: Acto de iniciación para algún creyente en los ritos africanos. Semi-secretos, deben hacerse sacrificios al dios o dioses invocados bajo cuya protección se coloca el iniciado. Generalmente “chivos”,- macho de la cabra-, gallinas “prietas” (negras), frutas y monedas de céntimo estadounidense. Pueden llegar a costar miles de euros.

[5] Guardia Rural: policía montada creada por el gobierno interventor de los EE.UU., continuada por los gobiernos de la República de Cuba. Responsable de múltiples expulsiones de la tierra de campesinos, asesinatos de dirigentes obreros y agrícolas e instrumento de terratenientes y empresarios explotadores.

[6] Guásima: Árbol frondoso, de seis metros de altura, coposo, de frutos agradables. “Tradicionalmente” ahorcaban a los que estorbaban y los dejaban varios días allí para advertencia y escarmiento popular.

[7] Cajón de bacalao: En los primeros 50 años del siglo XX, eran envases de madera y comida de los trabajadores de menores ingresos: portuarios, construcción, etc.

[8] Malanga: tubérculo comestible, muy sano, en especial para niños pequeños. Se conserva durante meses sin necesidad de refrigeración, bajo un poco de tierra fresca. Era comida popular por excelencia.

[9] Castillo del Príncipe: Gran fortaleza construida por España en lo alto de una loma que dominaba la ciudad de La Habana. Convertida en presidio común y de tránsito hacia otras prisiones permanentes. Hoy, convertido en Unidad Militar del Anillo de las Fuerzas Armadas que rodea la Ciudad de La Habana.

10 Famoso cine situado en el barrio habanero de Lawton. Hoy cerrado, abandonado y sin techo.

11 Anarcosindicalismo: movimiento revolucionario sindical basado en las concepciones anarquistas (libertarias) de la organización social: las comunas de productores. Los anarquistas españoles fueron los iniciadores de la organización sindical en Cuba y su influencia se mantuvo hasta mediados del siglo XX. Tipógrafos, ferroviarios, especialistas de la industria azucarera, zapateros y trabajadores de los tranvías fueron su núcleo.

[12] Cubaneo: bromas constantes, sin medida contra todos y contra todo, que caracteriza a los cubanos.

13: Papaya: conocida en la parte occidental de la Isla como “fruta bomba”. La mojigatería habanera llama papaya a la vulva femenina.

14: Nadezhda Krúpskaia: Esposa de V. Lenin, educadora y luchadora comunista opuesta al estalinismo.

15: El Partido organizo una huelga general por reivindicaciones salariales. La patronal accedió a las mismas, ordenando el Partido el retorno al trabajo, pero los obreros se negaron precipitando la caída del tirano Machado.

16: Neumotórax: Inmovilización del pulmón con fines terapéuticos mediante la introducción de gas u otro medio.

[17] Compañeros de viaje: Personas que ayudan o simpatizan con el Partido, sin militar o ser activos en él.

[18] ABC. Organización que luchó contra la tiranía de Machado primero y después contra la de Batista en la década del 30. Formada por estudiantes universitarios, profesionales, alta y media burguesía se caracterizó por la acción directa.

[19] Nepotismo: preferencia desmedida en el empleo y cargos a familiares.

[20] Sinecura: Cargo bien retribuido, de poco o ningún trabajo.

[21] Troskistas: Simpatizantes del revolucionario ruso León Troski, asesinado por orden de Stalin,- por un español,- Ramón Mercader-, en México. Mercader cumplió veinte años de cárcel y de México pasó a la URSS,-donde murió-, a través de Cuba. Los troskistas publicaron en su prensa, en medio de la lucha contra machado, el nombre y seudónimo de los dirigentes comunistas. Actuaron como extrema izquierda, provocando represiones, conscientes o no, de ese hecho. Coquetean en la actualidad con el gobierno de Cuba, para tratar de ser una alternativa política. El troskismo, en Cuba, no llego al grado de confrontación con los comunistas que el POUM en Catalunya.

[22] Humboldt 7: Lugar donde fueron asesinados destacados dirigentes del Directorio Revolucionario 13 de Marzo por la delación de Marquitos, un resentido compañero de viaje del cual acostumbraban a burlarse los combatientes.

23: Pablo Lafargue: Nacido en Santiago de Cuba, familia de origen francés-caribeño, plantadores de café acomodados. Médico, periodista, combatiente de la Comuna de París, organizador obrero, miembro del Parlamento francés. Comenzó su formación política como anarquista y evoluciono hacia el socialismo marxista.


Fuentes: Wikipedia; Google; www.inforo.com; DRAE. Foto de Miguel Hijarrubia Valdés, (Nombres de guerra conocidos: Carlos Durand, Miguel Ángel)

Colaboraciones y sugerencias a: soyromel@gmail.com

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