jueves, 6 de enero de 2011

72. Especial de Reyes Magos.


La llegada de los Reyes Magos.







Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Reyes que venís de Oriente
al Oriente del sol solo,
que más hermoso que Apolo,
sale del alba excelente.

Mirando sus luces bellas,
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

No busquéis la estrella ahora,
que su luz ha oscurecido
este sol recién nacido,
en esta Virgen Aurora.

Ya no hallaréis luz en ellas,
el niño os alumbra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.

Aunque eclipsarse pretende,
no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto
como cuando el sol se enciende.

Aquellas lágrimas bellas,
la estrella oscurece ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.


 



LOPE DE VEGA



 


 


Los Reyes Magos son verdad. Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle como todos los días lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:


- ¿Papa?


- Sí, hija, cuéntame.


- Oye, quiero... que me digas la verdad.


- Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido.


- Es que... -titubeó Blanca.


- Dime, hija, dime. 


- Papá, ¿existen los Reyes Magos?


El padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.


- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?


 La nueva pregunta de Blanca le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:


- ¿Y tú qué crees, hija?


- Yo no se, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso.


- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...


- ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!


- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Blanca.


- Entonces no lo entiendo, papá.


 -Siéntate, Blanquita, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado. Blanca se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:


 - Cuando el Niño Jesús nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:


 - ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.


 - ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.


 Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:


 - Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.


 Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:


- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿Qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?


- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes., no existen tantos.


- No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.


- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración.


- Decidme, ¿No es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios.


- Sí, claro, eso es fundamental - asistieron los tres Reyes.


- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?


- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres.


- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?


 Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:


- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.


 Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:


 - Ahora sí que lo entiendo todo papá… Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.


 Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:


 - No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero. Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.


Feliz Navidad desde todas las partes del mundo. (Colaboración de Mª Ángeles T.)


Manualidades.


                        Para un querido niño en el Día de Reyes.


Habían trabajado duro y con poco tiempo, aun así el resultado era bueno. Primero fue conseguir la base lo que parece fácil, pero no lo es. Después impregnarla de un pegamento ligero, pero que retuviera la arena. Aquí si pasaron las mil y una para encontrar la adecuada: no podía ser de grano grande, ni tampoco polvo. Tras muchas vueltas y revueltas, hallaron la adecuada, pero tuvieron que teñirla de amarillo, como se supone que es la arena del desierto. Logrado el efecto, construir una pirámide aceptable, aunque no proporcional al tamaño de la base y de los animales que poblarían aquel territorio.


Bueno, no quedo del todo bien: no tenían materiales para hacerla mayor ni tiempo para buscarlo. Sí, quedó un poco pequeña pero era una como las que se ven en fotos, tal vez no tan bien “piramidal”, con un poco de curvas en el material hacia dentro y hacia fuera, pero era, evidentemente, lo que correspondía al desierto.


Faltaban hombres, camellos, pozos, palmas e ingenio y habilidad para construir todo eso. Pero la imaginación de la pareja y su amor al peque lograrían crearlos. Así fue: los hombres cierto que no lo parecían, pero con buena voluntad se podía decir que lo eran. Lo más simple fue el pozo: un poco de plastilina redondeada, echa un anillo.  Con un palillo de dientes simular los ladrillos del brocal; más complejo fue la polea y su sostén. Con el cubo no hubo mayores dificultades: un dedal oxidado sirvió perfectamente. Lo que si fue casi insuperable fue crear los camellos: ni modo. Las patas muy finas. Se caía la bestia. Cuando estaban bien, el cuello no había forma de aguantarlo, hasta que idearon moldearlo sobre un palito que, introducido en el cuerpo del “animal” podía aguantar sin ceder. Cierto que la cabeza era un asco, pero eso ya era un detalle menor.


El lunes debía entregarse en la escuela y los padres estaban orgullosos de lo realizado. El peque, interesado a medias en algo que para él no tenía mucho sentido, salvo ver a sus padres trabajar juntos, alegres y contentos, discutiendo detalles que no entendía, pero que debían ser importantes por el interés que ponían en que todo quedará bien. Con dos años y medio no se puede pedir más a un pequeñín.


Los veía trajinar desde lejos, sin meterme en sus cosas: no di consejos, ni me los pidieron. Miraba todo aquello un poco desconcertado. Se suponía que era un trabajo para el niño, no de los padres pero, ¿Quién podía suponer que él lo iba a realizar? Tal vez, razonaba para convencerme, el propósito “psicológico” fuera ese: que los padres lo hicieran e implicarán en las tareas del cole. Si, puede ser que ese fuera el objetivo de los “pedagogos”.


Cuando lo terminaron, orgullosos, lo mostraron al niño y a mí: poco caso hizo el pequeño de la maravilla egipcia. Yo, como debía ser, educadamente lo celebré y todos contentos.


Aquello me recordó la niñez perdida, los juguetes con los que soñé y nunca tuve, también el castillo que me construyó mi padre.


Éramos pobres casi de solemnidad. Mi madre, enferma, traduciendo novelas cortas de detectives del inglés para ganarse unos pesos. Mi padre, carpintero de oficio y dirigente sindical de profesión, era poco lo que aportaba a la casa. Nunca celebramos Navidad ni Reyes. En ocasiones, cuando perdía un diente de leche, el ratoncito, acudía a mi cama y dejaba bajo la almohada una moneda, por el diente perdido. Gran alegría al despertar; pero en ninguna ocasión siendo niño Papa Noel, Santi Claus o los Reyes del Oriente me visitaron.


Recuerdo con claridad, como si fuera hoy a pesar de los setenta años transcurridos, que en la vidriera de una ferretería exponían un gran barco, un trasatlántico supe de mayor. Madre y yo solíamos pasar por aquella calle. Siempre parábamos a ver el barco de mis sueños. Una alcancía fue la solución para poderlo adquirir. En ella ponía cuanto menudo encontraba abandonado. Pronto descubrí que nunca se llenaba la alcancía, en ocasiones desaparecía. Si, con lo poco que había en ella, tiempos hubo en que era lo que nos permitía comer algo.


Pasó aquel sueño, como pasa el tiempo, sin darme cuenta y sin olvidarlo jamás. Un día mi padre me hizo un castillo de regalo, como el que hacían mis hijos ahora para el suyo.


Sobre la dura tapa de cartón de una agenda de trabajo de mi madre, puso masilla de carpintero, buscó un vidrio cuadrado para el techo, hizo los muros defensivos con más masilla y ondeó una bandera en mi castillo. Lo conserve durante años, era mi preferido, tal vez olvidado para mis padres. Aun hoy lo veo con los ojos del corazón: huelo la masilla, la siento endurecida y ya oscura, aún así, disfruto de esa visión tan querida como perdida.


Si, cariño, hoy te han construido un hermoso castillo, tal vez mañana desaparezca materialmente, pero siempre estará en tu vida porque esas pequeñas cosas nunca se olvidan.


Este es el regalo que te envía tu abuelo con los Reyes del Oriente, para cuando puedas leer y comprender lo que te digo con mi alma adolorida.  (Por Romel H. Zell)


La Verdadera Historia de los Reyes Magos de Oriente. Por Carlos Belane. (Resumido)


La historia de los Reyes Magos de Oriente fue escrita hacia el año 70 después de Cristo en arameo. Ese texto no se ha conservado, pero ha llegado hasta nosotros porque fue traducido al griego, que era el idioma más utilizado en la época en la cuenca del Mediterráneo.


La Historia de los Reyes Magos se encuentra en el Evangelio según San Mateo (2,1-12). De los cuatro Evangelios, sólo Mateo nos cuenta este pasaje, cuando en tiempos de Herodes III el Grande, y habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, llegaron allí en busca del Rey de los Judíos unos magos (magusàioi) venidos desde Oriente, siguiendo una "estrella" que les guiaba por el camino.


En el texto de San Mateo no se les nombra ni como "Reyes", ni como "Magos", ni siquiera por los nombres como los conocemos: Melchor, Gaspar y Baltasar. La idea de que uno de ellos era negro, o que eran tres, es producto de la imaginación o de la literatura posterior.


La larga tradición nos ha traído estos elementos identificadores que no se encuentran escritos. Algunos historiadores apuntan que se puede tratar de añadidos en la traducción griega del arameo a la historia que, escrita por Mateo, fue utilizada por Marcos y, más tarde, por Lucas.


También se ha considerado curioso que los primeros paganos ("primitia gentium", los primeros entre los paganos en adorar y reconocer al Señor) que fueron a venerar al Salvador fueran Reyes, y lo que resulta más chocante, que fueran "Magos". La clave de todo este asunto puede encontrarse en el acierto[1] de los traductores latinos del Nuevo Testamento que llevaron el texto a esa lengua, entre ellos San Jerónimo que en el siglo IV tradujo las Escrituras del hebreo al latín, quizá el primero que los identifica como Magos.


¿Pero a qué se llamaba magos, "magusàioi"? En tiempos del nacimiento de Jesucristo, los magusàioi eran adivinos y astrólogos, de origen caldeo, es decir, del área sirio-mesopotámica, lo que desde Judea suponía el Este geográfico. Así las cosas, el término magusàioi designaba a los charlatanes que practicaban algún tipo de magia, que practicaban la antigua ciencia de los Magû, tribu seguidora de Zaratrusta[2], que reunía las prácticas mágicas, astrológicas o adivinatorias del mundo persa.


Oro, Incienso y Mirra. El oro, el incienso y la mirra nos llevan hasta la llamada "Ruta del Incienso", una ruta que se extendía desde el Océano Índico, subiendo por la península Arábiga, trayendo hasta el Mediterráneo productos del Asia Central. La única ruta capaz de traer hasta el portal de Belén esas mercancías.


Siguiendo el relato apócrifo, esto es, cualquier libro que se atribuye a un autor sagrado, pero no está incluido en el canon de la Biblia, del Protoevangelio de Santiago o el llamado Evangelio armenio de la infancia (un texto datado en el siglo V o VI, y otros escritos, se fecha el nacimiento de Cristo un 6 de enero y la visita de los Reyes tres días después. En esos textos se nombra a tres Reyes, Melkon, rey de los persas, Gaspar, rey de los (hindúes) indios y Baltasar, rey de los árabes. Lógico es pensar que las mercancías o presentes que le entregaron al Salvador procedían no sólo de la ruta propia de distribución de esos productos, sino de su lugar de procedencia como reino.


 El oro representaba el signo de la divina majestad y de la realeza. El incienso simbolizaba el sacrificio y la mirra era una representación funeraria, que ponía de manifiesto la fragilidad humana.


El Pesebre. San Jerónimo, como decíamos pieza clave en la traducción del texto que nos trae la llegada de los Reyes Magos, habla de "praesepe" o "praesepium", que podríamos traducir como pesebre, lugar según el cual los Evangelistas indican el objeto sobre el que fue depositado Jesús al nacer. Es esta la única y misma indicación que dieron los cuatro Evangelistas, localizado en una gruta de Belén, que San Jerónimo visitó en el siglo IV, momento en el que dejaba de estar en manos de los paganos que celebraban allí la fiesta o culto de Atis[3]. Curiosamente entre estos ritos se incluía la presencia de un buey y un asno.


El pesebre o el lugar de la Natividad, ahora epicentro de la basílica constantiniana de Belén, en la que los peregrinos entraban para rascar, de las paredes, el carbonato cálcico que se convertía en una reliquia conocida como "leche de María", a la que se concedía el poder de proteger el periodo de lactancia para las madres.


Los Reyes Magos. Melchiar, Melchor, era el rey de Nubia y de Arabia. Jaspar, Gaspar, era el rey de Tharsis y de Egriseula, oscuro de piel como los etíopes. Y Balthasar, Baltasar, rey de Godolia y de Saba. Según la tradición, los tres permanecieron vírgenes toda su vida. Aunque hablaban diferentes idiomas, fueron conducidos en dromedarios, por la estrella, que se detuvo tras trece días de camino frente al portal, el lugar del nacimiento del rey de los judíos, el Mesías. La Estrella les había guiado hasta allí recorriendo un camino sinuoso, extraño. Cuando, terminada su misión, deciden volver la Estrella ha desaparecido, ya no les guiaba.


Otra leyenda dice que tardaron trece años en regresar a sus reinos, se desconoce lo que les entretuvo por el camino. La Estrella volvió a aparecerse, pero como presagio del fin de los días de los reyes sobre la Tierra. Melchor murió a los 116 años de edad, Gaspar a los 112, cinco días después que el anterior; y Baltasar a los 109, seis después que Gaspar. Fueron enterrados juntos y mientras la estrella brillaba sobre el cielo, sus cuerpos permanecieron incorruptos.


El culto a los Reyes Magos en occidente data del siglo XII. A partir del siglo siguiente comenzaron a desarrollarse representaciones teatrales en torno a su figura. La Historia, que había sido compuesta por un sinfín de datos más o menos contrastados, fue finalmente escrita entre 1364 y 1374 por Juan de Hidelsheim, un prior carmelita alemán en la Historia Trium Regum, basada en la Historia Scholastica de Pedro Comestore escrita en el lejano siglo XI.


Para saber más: "La Storia dei Re Magi". Giovanni Di Hildesheim. Florencia 1966.


Fuentes: Gran Diccionario de la Lengua Española; D.R.A.E.; es.wikipedia.org; Foto: Cabalgata de los Reyes en los Distritos de Madrid; Googles.com; www.lapalabravirtual.com (La llegada de los Reyes Magos); www.actially nottes.com-(La Verdadera Historia de los Reyes Magos); Los Reyes Magos son de Verdad. Colaboración de Mª Ángeles T. (e-mail enviado); Manualidades Relato de Romel H. Zell;


(Negritas, cursivas subrayados del editor.) Se han resumido artículos de Wikipedia.


Información: Este blog se publica los fines de semana. En esta ocasión, se editará otro el domingo.


Sugerencias y colaboraciones a: soyromel@gmail.com


[1] acierto: 1. Elección adecuada entre varias opciones.


[2] Zaratrusta: Nombre castellanizado de Zoroastro quien durante su vida, se mostró fuertemente en contra de las religiones politeístas presentes en la zona del valle del Indo. Si bien logró algunos éxitos, no fue hasta después de su muerte cuando alcanzó una gran expansión en buena parte de Asia Occidental y Central, convirtiéndose en religión oficial de los aqueménides o de los sasánidas hasta bien entrada la Alta Edad Media. Las bases sentadas por el mazdeísmo y la polarización total del Bien y del Mal ejercieron una influencia importante en el judaísmo y a través de él en las religiones monoteístas surgidas en el Oriente Próximo a finales de la Edad Antigua (el cristianismo y el islamismo)


[3] Atis: El culto a Atis comenzó hacia el 1200 a.C. en el monte Díndimo (actualmente Murat Dağı en Gediz, Kütahya). A finales del siglo IV el culto a Atis cobró fuerza en el mundo griego. La historia de su origen en Agdistis, registrada por el viajero Pausanias, (…) dice que el daemon Agdistis inicialmente tenía atributos tanto masculinos como femeninos. Pero los dioses del Olimpo, temerosos de Agdistis, le cortan su órgano masculino y lo arrojan, creciendo en el sitio donde cayó un almendro. Cuando sus frutos maduraron, Nana, que era la hija del dios-río Sangarios cogió un fruto y lo colocó en su regazo. El fruto desapareció, y ella quedó encinta. A su debido tiempo nació su hijo Atis, al que abandonó en las faldas de la montaña. (Evidente vínculo con la Divina Concepción cristiana r.h.z.)

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